1 .- El Viajero I
Las hazañas que he hecho, los lugares y paisajes que mis ojos han visto, grandes señores y simples granjeros con los que he tenido que compartir el vino y la carne o la cerveza y el pan, han sido muchas cosas, demasiadas para ser expresadas en un simple relato. Uno de los días permanentemente grabados en mi memoria será aquel en el que conseguí mi espada, puede que cualquier espadachín diga esto, pero no era como cualquier espada, era una hermosa espada bastarda, algo más larga que una espada larga, la guarda estaba tallada en una sola pieza de acero, simulando la alas de los ya extintos dragones, el mango era de madera cubierta por cuero negro, y el pomo, también de acero, era la cabeza del dragón; la hoja, era mi principal orgullo, era oscura, con curvas plateadas que la recorrían desde la punta hasta la guarda consecuencia de los pliegues hechos por el metal caliente, plata, pero sin duda no era plata común, la hoja estaba hecha de monedas de plata del antiguo imperio del Alba, el cuál vio su ocaso hacía más de 2,300 años; hay quienes pensaban que todo metal forjado en ese imperio se hacía con arcanos sortilegios.
Desde Rompemarea, una de las ciudades portuarias más importantes del reino, me tomó alrededor de una semana a caballo llegar a lo que otrora fuera el imperio del Alba, ya que viajaba sola fui capaz de ir a mi propio ritmo, iba cargando conmigo lo expresamente necesario, ya que alrededor de cada día al galope había un pequeño pueblo donde podría alimentarme, alimentar a mi caballo y descansas, debía hacerlo bien, pues mi destino final era la cordillera de Gongor, un imponente “muro” formado por altísimas montañas y en extremo escabrosa. Dado que el camino llevaba el pie de Punta de Remier el trayecto cada vez se hacía más alto, cada vez me costaba un poco más respirar, nada grave, y el aire era más frío; al quinto día se sentían las gélidas brisas provenientes de la nieve derritiéndose en sus cumbres, por fortuna lo tomé en cuenta así que llevé un abrigo de lana color vino, además de una capa, también de lana color azabache, con una piel de lobo gris y capucha, guantes de piel de topo que hacían juego con la capa, y una bufanda gruesa de lana que hacía juego con el abrigo. Llegué a pensar que tanto abrigo sería excesivo, pero al llegar al penúltimo pueblo me di cuenta de que no, el agua en los charcos de las calles estaba a casi congelar y los burdeles, tabernas y posadas eran calentadas con chimeneas y grandes braceros.
La mañana antes de partir fui a una de las posadas para comer, se sirvió res a la leña con pan y cerveza, cuando llevaron el trozo de carne humeante y jugoso más de uno quiso adelantarse, la posadera no lo permitió, todos en el pueblo la conocían, sabían que con ella no se jugaba; al colocar la carne en la mesa esta salpicó un poco y expedía un olor maravilloso, fue la misma posadera quién lo cortó y repartió, nunca había visto un pueblo tan cálido, un bardo en el fondo comenzó a cantar una cómica canción sobre el rey, más temprano que tarde se le unieron unos borrachos con el tarro en la mano, y de un momento a otro todos en la posada estaban cantando; la carne estaba deliciosa, al morderla los jugos de la misma me llenaron la boca de sabor, y se me escurrieron por las comisuras, el pan caliente no se quedaba atrás, era crujiente por fuera y muy suave por dentro, y la cerveza negra estaba caliente y espumosa, un poco más fuerte de lo que gusto, pero no estaba mal.
Cuando estaba preparando mi caballo para partir un hombre se me acercó, era algo mayor, pero se veía fuerte, tenía la barba blanca y espesa, y el cabello recogido hacia atrás, llevaba puesto un gruesa abrigo de piel relleno de lana, y una capa corta con capucha; me preguntó que si a dónde me dirigía, naturalmente le respondí con la verdad, no tenía nada que ocultar, quedó pensativo un momento, y luego me respondió – Los caballos no soportan el camino cuesta arriba desde aquí, si lo llevas contigo morirá por el frío –, me preocupé un momento, pues no tenía dónde dejarlo, supongo que lo habrá visto en mi rostro ya que me continuó diciendo – Soy caballerizo… yo podría cuidarlo el tiempo que te sea necesario, pero has de saber que no es gratis, las caballerizas no se mantiene solas –, era natural que esa propuesta fuera comercial, pero era justo lo que necesitaba en ese momento. Lo acompañé hasta su lugar de trabajo, unas caballerizas llamadas “La Potra”, dónde él y otros hombres se encargaban de cuidar, alimentar, cepillar, e incluso de herrar a los caballos y yeguas del pueblo, me aseguró que tanto mi caballo como las cosas en mis alforjas estarían a salvo, y me contó la historia de Mace el Manco, no era larga, lo atraparon robando plata de las alforjas de uno de sus clientes, así que lo sometieron, lo llevaron hasta un tocón que hacía de asiento, y mientras sostenían su mano sobre el mismo los herreros colocaron un cuchillo en el carbón, al estar al rojo vivo, y con un movimiento certero le cortaron la mano, dicen que se desmayó del dolor, pero el muñón no derramó ni una gota de sangre, a diferencia de la maño amputada, después lo llevaron con el sanador del pueblo para que cerrara la herida. La historia no era ninguna exageración, yo misma vi a Mace el Manco en la La Potra cepillando a una yegua.
Antes de partir a pie tomé lo que necesitaba de las alforjas de mi montura, llevaba conmigo el abrigo y la capa, una bolsa grande que llevaba a la espalda, la cuál contenía comida, más que nada manzanas, pan y dátiles, ungüentos y hierbas varias, una cuchara de madera, una libra de sal y otra de arroz, por si llegaba a haber un accidente llevaba vendas de lino y tablillas, colgando de la misma también llevaba una pequeña olla y sartén, planeaba cazar algo en el ascenso, pues no podría sobrevivir a base de lo que tenía; en el cinturón llevaba colgados un puñal, una espada vieja con la empuñadura desgastada, y un par de saquitos con plata y oro, llevaba además cuerda, un carcaj con 15 flechas, un arco y un pellejo de agua; suena a que llevaba mucho pero en realidad iba cómoda con el equipaje.
Llegar al último pueblo del camino fue algo más complicado sin mi caballo, tuve que acampar en un torreón abandonado ya que me tomó el doble de tiempo el recorrido, por lo que una noche estuve en medio de la nada, por fortuna era noche de luna llena, podía ver el terreno más o menos claro, aunque no era necesario, ya me había instalado en el torreón una hora antes del ocaso, por lo que tuve tiempo de salir a cazar algo; encontré un par de conejos, y una serpiente, los despellejé y destripé, y a los conejos lo salé para conservarlos más tiempo, pues no lo comería todo aún, sino que lo guardaría para el ascenso, después los guardé con algo más de sal de la que les había puesto, en un saco de piel que llevaba también en la bolsa; además de la caza también recolecté madera seca y ramas para hacer una fogata, sobre la cual puse la sartén a calentar; una vez lista coloqué la carne de serpiente enrollada sobra la placa, chisporroteo bastante, pensé que quizá debí traer también manteca, pero no hizo falta, la carne se coció bien, quedando dorada por fuera y suave por dentro, aunque fue algo molesto estarme sacando los huesitos de la boca. Tras haber comido y bebido algo de agua dormí, y aunque fue una noche fría, mis prendas bastaron para mantenerme caliente toda la noche.
A la mañana siguiente retomé el camino a la primera luz, nada más comí un pan de los que llevaba mientras caminaba, no hubo ningún inconveniente en el trayecto al último pueblo. Llegué casi al medio día, así que lo primero que hice fue buscar una posada, estaba muerta de hambre, por fortuna pude encontrar una, ese día sirvieron estofado de cordero con tubérculos, pan (como al parecer era costumbre de la región), y cerveza dorada, tras un día caminando, y medio día sin comer, nunca había probado un estofado tan espléndido. Después de comer pregunté si tenían algún cuarto disponible, por fortuna así fue, así que subí a dormir, terminé agotada, pues no contaba con el hecho de tener que dejar a mi caballo atrás. Al despertar pude notar que ya era de noche, pero el pueblo no dormía, así que salí a pasear por las calles y callejones, al comentar en una taberna que pretendía subir a La Punta de Remier me dijeron que el camino es traicionero y que lo mejor sería ir con el equipamiento adecuado, no eran más que estafadores, pues trataron de venderme una piedra como un protector divino, evidentemente estaban borrachos. Volví a la posada para cenar, esa noche sirvieron pastelillo de jengibre y leche caliente con miel, hacía mucho que no comía pastelillos de jengibre, estaban deliciosos, y la leche caliente fue perfecta para volver a dormir.
Salía al sol a la mañana siguiente, tras una noche de plácido sueño me levanté como nueva, me vestí y bajé a la sala común, esa mañana sirvieron huevos de gallina con tocino y pan, acompañado de cerveza dorada, la posadera tenía un sazón espectacular, el pan era del día anterior, pero seguía suave. Al terminar de comer subí nuevamente a mi habitación para tomar mi equipaje, y salí lista para comenzar la subida a La Punta de Remier. Al llegar a los peldaños clavados en la ladera pude notar que no era un lugar muy visitado, la madera estaba algo podrida, lo apenas suficiente para poder subir, a un lado había una cuerda sostenida por estacas cada 30 peldaños, que hacían de pasamanos, al dar el primer paso la madera bajo mis botas rechinó, casi creí que la rompería, pero resistió; continué subiendo, cada 30 peldaños había un pequeño descanso, pero siempre se hacía más empinado, por lo que cada uno de ellos debía aprovecharse bien. Después de haber pasado 4 descansos la niebla comenzaba a hacerse presente, hasta que me di cuenta de que era las nubes, apenas si se veía el pueblo; el quinto descanso ya no era de peldaños de madera, era un pequeño altiplano, considerablemente frondoso para encontrarse en medio de la piedra, incluso había un árbol. El ocaso estaba próximo, por lo que decidí no continuar el camino y acampar ahí, arranqué ramas del árbol para poder hacer una fogata, me sentí extrañamente culpable al hacerlo, pero no le di mucha importancia, cerca del árbol había unos troncos que hacían de asiento, y un círculo de rocas, cosa que se suele hacer para las fogatas, por lo que no era la primera en arrancarle ramas. Coloqué la sartén que llevaba conmigo al fuego para que se calentaba, mientras eso pasaba, saqué uno de los conejos en salazón del saco de piel, al ponerlo sobre la piedra sus jugos chillaron al cocerse, desprendía un olor embriagante, por un momento temí que fuera a atraer depredadores, pero me di cuenta de que desde que comencé a subir no había visto ningún animal ni insectos, ni ruido alguno más allá del crepitar de la fogata, y el viento en las hojas del árbol, me sentí sobrecogida de repente, por lo que comí rápido y dormí.
Al despertar me sentí extrañamente renovada, cómo si toda herida, enfermedad, o condición que pudiera haber tenido se hubieran curado, era intrigante, ese lugar daba una sensación de paz, al mismo tiempo que te hacía sentir pequeño. Continué mi camino, me di cuenta de algo que el día anterior no, el camino se dividía en dos, uno continuaba el ascenso por los escabrosos y austeros peldaños, mientras que el otro era un sendero entre las cumbres de la cordillera, invadida de curiosidad tomé el sendero. Era estrecho y de paredes pedregosas, pero el suelo era plano y de frondoso césped, los pasos que daba no hacía ruido alguno, era muy pacífico, hasta que me encontré un señalamiento “Vas bajo tu riesgo”, era de madera, y parecía nuevo, como si lo hubieran hecho el día anterior… pero, eso no era posible, no escuché martilleo alguno, y nadie pasó por el altiplano, continué mi camino, con mayor cautela, pues el simple hecho de haber un cartel nuevo ahí era lo suficientemente preocupante. El camino llegó a un acantilado, y al otro lado de dónde estaba parada, había otro, como si antiguamente hubiese habido algún puente, era demasiado extraño, no tenía sentido un camino sin salida, volví la vista al camino por el que llegué, creí haber escuchado algo, pero no había nada, regresé la vista al acantilado, pero ya no estaba sólo el acantilado, sino que había un puente de cuerdas y tablones, justo como la había imaginado, me tallé los ojos, a lo mejor la falta de aire por la altura me hacía alucinar, pero al abrirlos, ahí seguía, me acerqué a él, ante de dar cualquier paso, lo toqué, toqué las cuerdas y las estacas que sostenían el camino sobre el vacío, eran reales… al menos así se sentía, con cautela toqué el primer tablón con la punta del piel, era real y firme. Antes de continuar por el camino tomé la soga que traía conmigo, até uno de los extremos a mi cintura, y el otro a una roca firme en la salida del camino.
Comencé el camino con cautela, agarrándome de la cuerda que hacía de pasamanos, los tablones bajo mis pies se sentían firmes pero tenía miedo de caer, en cualquier caso, por mucho que me agarrara, si el puente desaparecía, caería al vacío. Llegado un punto me di cuenta de que caminaba más rápido que en un inicio, pero no quitaba la vista del camino, de repente el sol se oscureció, sobre las laderas de las montañas se proyectó una sombra enorme, la sobra de algo que volaba, un pájaro, ¡NO!, un dragón, pero al volver la vista al cielo no había nada, giré la cabeza de lado a lado, volví a ver hacia arriba, por debajo del puente incluso, a pesar del miedo que tenía de caer, pero no había nada, estaba yo sola en medio del puente sobre el vacío de una larga caída. Confundida aún más continúe caminando, pero algo me interrumpió, me di cuenta de que la cuerda atada a mi cintura llegó a su límite, me vi en una decisión difícil, retroceder o continuar… desaté la cuerda de mi cintura y continué, más envalentonada, ya no tenía miedo, si el puente desaparecía, moriría, deba igual ya. Llegué al final del camino, por un momento me sentí mareada, y caí sobre mis rodillas, me di cuenta de que tenía calor, me deshice de toda la ropa abrigada, la capa, el abrigo, los guantes y la bufanda. Al volver la vista atrás el puente ya no estaba, de nuevo un interminable acantilado. No entendía nada.
El camino continuaba, pero bajaba, bajaba a una planicie rodeada por montañas, como su estuviera protegida por las mismas, y en medio de ellas, una entrada, la entrada de una caverna, una entrada enorme, tan alta como un castillo, continué caminando, no me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba, pero no pretendía detenerme ahí, así que simplemente continué con un pan y una manzana en las manos. En un inicio la planicie parecía más pequeña de lo que era, probablemente por el tamaño de las montañas. Finalmente llegué a la entrada de la caverna, era mucho más grande de lo que parecía, me llegó un aire frío desde el interior, casi desee haberme llevado alguna de las prendas que dejé atrás, pero no pretendía volver, continuaría adelante, entré a la caverna todo estaba oscuro, casi no se podía ver, la mayor parte del camino lo hice palpando las paredes para no desorientarme hasta que sentí que mi pie golpeó algo, no alcanzaba a divisar qué era, me agaché para tocarlo, era de madera, era largo, y uno de sus extremos era pegajoso, era savia, ¡Era una antorcha!, ¿alguien había estado ahí antes?, la savia seguía fresca, no lo pensé mucho, busqué mi pedernal, y la encendí, fue una bendición, el camino se hacía claro, no había más que una mole de piedra negra rodeándome, era una enorme galería cavernosa y techada con estalactitas, hasta que llegué al final de la piedra y el inicio de la madera, frente a mí se encontraban unos peldaños de madera como con los que inicié esta travesía, bajaban a las entrañas de aquel lugar, pero no me acobardé, seguí adelante. Llegué al final del camino había un pasadizo de piedra, un largo y estrecho pasillo, no podía pasar con mis cosas, las tuve que dejar, lo único que llevé conmigo fue otro saco de piel que llevaba en la bolsa, vacío, de modo que no me estorbara; llegué al final del pasillo, un rayo del sol entraba desde una grieta en el techo de la caverna que lo iluminaba, ahí estaba. ¡Un dragón!, pero… estaba muerto, estaba muy muerto, sus huesos parecían haber estado ahí durante miles de año, eran negros y brillaban como el ónice, eran hermosos, y aterradores a la vez; esos antiguos huesos protegían un tesoro, un invaluable tesoro de un imperio caído, el Imperio del Alba, monedas de oro rojo, platino, y plata negra. Me acerqué poco a poco, casi con temor de que los huesos se levantaran y me mataran, pero no pasó, tomé el saco de piel, y lo llené de monedas de plata negra, eran hermosas, quizá eran negras por los supuestos sortilegios con las que fueron forjadas, llené el saco, era muy pesado, pero lo valía la pena cargar con su peso.
Regresar por el estrecho túnel no fue fácil, el saco resultaba más estorboso de lo que creí que sería, pero llegué al final, ahí estaban mis cosas, y la antorcha aún ardía, las tomé y subí los peldaños de madera, llevaba la antorcha en una mano y el saco de plata en la otra, de alguna forma me hacía sentir segura, llegué finalmente a la entrada de la caverna, dejé caer la antorcha al suelo, esta se apagó instantáneamente, y la savia seguía fresca, eso no era posible, la había usado durante bastante tiempo, pero, nada de lo que había visto desde que inicié el ascenso lo tenía, así que no le di importancia. Cruce la planicie encerrada, en esta ocasión se me hizo más corta de lo que era, y al llegar al acantilado, el puente seguí sin estar ahí, me preguntaba qué haría para volver, no tenía puente ni cuerda, de repente, un gélido aire me invadió, mi ropa abrigada seguía donde la dejé, al ponérmela aparté la vista del acantilado, y al volverla, ahí estaba el puente, pero era diferente, se veía desgastado, la madera estaba medio podrida, y las cuerdas medio deshilachadas, pero eso no me iba a detener en ese momento, había llegado muy lejos, no iba a parar, di el primer paso, la madera resistió, di el segundo paso, el puente desapareció, y caí al vacío.
Me desperté sobresaltada, en el mismo altiplano al que había llegado la noche anterior, las cenizas de la fogata ya estaban frías, y los huesos de conejo seguían ahí, ¿fue todo eso acaso un sueño?, volví la vista a donde el camino se había dividido antes, sólo había uno, el que continuaba subiendo, me senté pensativa, cuanto noté que mi cuerpo golpeó algo, algo pesado, y que sonaba a metal, al mirar pude ver que era el saco de plata que había conseguido en la caverna, recogí mis cosas, o tomé, y comencé el descenso…- Bon_GM -
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